En La Carolina , una remota
comarca de San Luis de la Punta
de los Venados y Río Seco, como se llamó primitivamente a lo que es hoy la
provincia de San Luis, nacía, en 1797, Juan Crisóstomo Lafinur. El personaje de
Lafinur, casi exclusivamente conocido por la existencia de una calle capitalina
que lleva su nombre, es de una importancia hasta hace muy poco relegada al
conocimiento de unos pocos especialistas. Ni siquiera sus comprovincianos,
acostumbrados a contemplarlo en numerosas instituciones, como el Colegio
Nacional, escuelas y Bibliotecas tenían, hasta hace poco tiempo, una idea clara
sobre su identidad.
Hombre de ideas, tuvo una brillante
figuración en el período que siguiera a la independencia nacional. Fue el
primero en secularizar la filosofía en las aulas del Río de la Plata , además de periodista,
poeta, músico, y también soldado.
Nacería
marcado por el sino trágico de la incomprensión, de la persecución y del
exilio. Se lo acusó, como a Sócrates, de corromper la mente de los jóvenes con
las ideas que impartía con vehemencia en su cátedra de filosofía y, algo
terrible para aquellos tiempos, debió soportar el estigma de ateo y hasta de
hereje. Su descendiente, Jorge Luis Borges, le dedicaría su ensayo: Nueva refutación del tiempo:”Dedico esta
páginas – decía – a mi antepasado Juan Crisóstomo Lafinur, al que tocaron, como
a todos los hombres, tiempos difíciles para vivir”.
Otra de las
tragedias de esa singular vida fue la de su brevedad. Dejó de existir cuando
contaba tan sólo veintisiete años. Ricardo Rojas dice de él: “Somera es la vida
de este personaje, y más brillante que profunda.”
Su padre, Luis
Lafinur, era originario de Pamplona, España, y llegaría a América con la
expedición del Virrey Ceballos. Un dato que no debe pasar inadvertido es que,
en 1781, marcharía al Perú con las fuerzas que debían sofocar el levantamiento
de Túpac Amaru. Este hecho debió sin duda impresionar la mente sensible y
rebelde de su hijo. Porque Juan Crisóstomo nacería entre dos mundos. En 1785,
pocos años antes de su nacimiento, se había producido la Revolución Francesa.
Este acontecimiento se encuadra dentro del ciclo de transformaciones políticas
y económicas que marcaron el fin de la Edad
Moderna y el comienzo de la Edad Contemporánea. La
independencia de Estados Unidos y el
desarrollo de la Revolución Industrial ,
iniciada en Gran Bretaña, son los otros dos grandes procesos que señalan esta
transición histórica.
El mundo
asistiría con asombro al inusitado acontecimiento de que un rey y toda su familia fueran decapitados en nombre de los nuevos
ideales de Libertad, Igualdad, Fraternidad. En adelante, entonces, ya nada
sería igual.
Por los
tiempos de su nacimiento, tuvo lugar otro suceso singular. Se descubrió oro En La Carolina , cuyo nombre
primitivo fuera Las Invernadas y que
Sobremonte cambió en honor a Carlos II. Podríamos decir de la América española que “En
el principio fue el oro” Cuando los españoles realizan la conquista de América,
llegan movidos por el afán de evangelizar a los aborígenes, a quienes consideraban infieles y herejes por
no tener la fe de Jesucristo. Sabemos cómo en nombre de Dios quemaron templos y
obligaron a los pueblos originarios a adoptar el cristianismo. Pero la sed de
metales iba detrás de la cruz. Un cacique que se unió a los invasores, escribió
a Moctezuma que “los españoles sufrían una enfermedad del corazón para los cual
el oro era el único remedio. Ese oro que luego haría el Siglo de Oro. Entre 1545 y 1558, se descubrieron las minas
de plata de Potosí, en la actual Bolivia y las de Zacatecas y Guanajuato, en
México. Dice Eduardo Galeano que: “América era, por entonces, una vasta
bocamina centrada, sobre todo en Potosí. Algunos escritores bolivianos…afirman
que en tres siglos España recibió suficiente metal de Potosí como para tender
un puente de plata desde la cumbre del cerro hasta el océano.”
Fue así como,
bajo las instituciones de la mita y el yanaconazgo, se quebró la espina dorsal
del mundo indígena y los indios fueron forzados a ir a extraer el oro. De cada
diez que marchaban hacia los altos páramos, dice Galeano, siete no regresaban
jamás. Eran tratados como animales y
esto explica la rebelión del peruano Túpac Amaru, que fuera descuartizado en la
plaza pública. También fue ajusticiada su
mujer, Micaela Bastidas y sus hijos.
Pero el
llamado Cerro Rico, aquella boca del infierno, como también se lo llama, se
agotó. Y su decadencia ocasionó la búsqueda de nuevos rumbos para la codicia de
los conquistadores.
Las minas de La Carolina fueron
descubiertas en 1785 por el lusitano fray Gerónymo. Los cerros de este lugar
forman el macizo más septentrional de la sierra puntana, constituyendo una
“agrupación majestuosa cuyas alturas pasan de 1500 metros , llegando a
más de dos mil el pico de Tomolasta. Es un laberinto de montañas con hondonadas
y valles cruzados por cristalinos arroyos de arenas auríferas”.
La noticia de
ese descubrimiento atrajo a gente de todas partes, que llegaban sedientos de
aventura y de riquezas. Mineros y especuladores acudían desde Chile y hasta de
Potosí, formándose una aldea de cierta importancia.
Luis Lafinur
acompañó a Sobremonte, por entonces Teniente Gobernador de Córdoba, a visitar
las minas de La Carolina. Pronto
Sobremonte acordó permiso al oficial Lafinur para formar una empresa y
trasladarse a este nuevo Cerro Rico.
Estaba casado con Bibiana Pinedo y Montenegro, cuyos padres también adquirieron
minas. La riqueza de los minerales no era una mera fantasía. En una memoria
elevada en 1824 a
Rivadavia por el Gobernador José Santos Ortiz, en respuesta a una pregunta de
éste sobre la riqueza de aquellos lugares informa que los mineros sacaron
“varias veces hasta 24
libras de oro de 18 quilates”.
En aquellos valles de La Carolina transcurrieron
los primeros años de Juan Crisóstomo. Tal vez ese marco de montañas y el
esplendor de la naturaleza contribuyó a moldear su carácter poético. Pero
pronto la familia debió regresar a Córdoba, pues don Luis debió incorporarse a
las milicias de esta ciudad para luchar en las invasiones inglesas.
En Córdoba es
inscripto en el Colegio de Monserrat.
En aquellos
tiempos, Córdoba era llamada la docta
por su cantidad de clérigos y doctores, de filósofos y teólogos. Era una ciudad
casi cuadrada, con siete iglesias, incluso la plaza mayor donde está la Catedral. Dentro de este marco, si se
quiere reducido y pobre, se movía una aristocracia jactanciosa, afecta en forma
extraordinaria, al lujo.
Pero eran la Universidad y colegios mayores lo que daban sello y
lustre a la ciudad. Los alumnos de la Universidad utilizaban como internado el Colegio
de Monserrat, creado por Ignacio de Duarte y Quirós para albergar a los jóvenes
que de las más apartadas regiones del virreinato arribaban a ese centro
universitario. Antes de entrar allí, el aspirante debía acreditar su condición
de cristiano viejo, limpio de toda raza de herejes e hijo de legítimo
matrimonio. O sea, no podía ser indio,
nacido de legítimo matrimonio y no profesar
ninguna otra religión que la católica.
En los días de grandes solemnidades
religiosas, desfilaba por las calles el Monserrat. Allí se lo vería a Juan Crisóstomo vestido,
como sus compañeros, de sotana negra y encima la veca. Una estola color púrpura les caía sobre los hombros hasta
abajo y mostraba, en el lado izquierdo, un pequeño escudo de plata que llevaba
grabado el nombre de Jesús. En la cabeza un sombrero de cuatro picos.
El propósito de los padres de Juan Crisóstomo
era que se graduase de doctor en Teología. Por esa época también aparece en
Córdoba Juan Cruz Varela, otro poeta y dramaturgo que luego tuviera gran
repercusión en el movimiento de la intelectualidad surgido de la
revolución. Fue enviado
como Lafinur a estudiar Teología. Trabaron una estrecha amistad que se prolongó
después en Buenos Aires. Dice Ricardo Rojas que, “desde el internado de
Monserrat, ambos escribían versos, prefiriendo generalmente las sátiras sobre
la vida escolar”.
Mujica Lainez, sobrino de Varela, los retrata
como dos estudiantes salidos de la pluma de alguna novela picaresca, agobiados
por la pobreza y hasta por el hambre. Tal vez por ello, o por los desacuerdos
con las ideas recalcitrantes de su padre, ajeno a los vientos libertarios que
ya comenzaban a soplar, Lafinur solicita un pedido de Bedelato, para poder
atender los gastos que le demandarían los estudios.
Si bien obtuvo
el grado de Maestro de Artes, debió interrumpir sus estudios por un juicio que
se siguió a su inconducta. Los castigos en aquella época eran muy severos y
Lafinur tuvo que sufrir las torturas del cepo. Fue acusado de “frecuentes
faltas y omisiones en el ajuar y rico decoro de la Universidad ”,
observado en su cargo de Bedel, “en el que a menudo olvida sus funciones, y de
corromper a la juventud con sus salidas de la casa sin permiso de sus
superiores”. La consecuencia fue su expulsión para “Que con sus acciones
degradantes y groseras no corrompiera a las tiernas masas de jóvenes que se
habían confiado a su educación”.
La educación
en tiempos en que Lafinur cursaba en el Monserrat, no salía aún de la profunda
noche colonial. El Santo Oficio era el encargado de expurgar los libros que se
leían y puso la educación en manos del clero. Para entrar a la Universidad era
preciso, como dijimos, probar limpieza de sangre y para graduarse de doctor se
requería la previa ordenación como clérigo. La carrera clerical era ambicionada
por las familias como las más honrosa puesto que comportaba ciencia, riqueza y
prestigio social.
El virreinato
argentino constó de dos célebres colegios preparatorios: el de Monserrat en
Córdoba, fundado en 1659 y el de San Carlos en Buenos Aires en 1776. Contaba
sólo con dos universidades: la de Córdoba y la de Chuquisaca, donde en el siglo
XVIII fue posible graduarse de doctor en derecho civil sin necesidad de votos
eclesiásticos. Un alto funcionario de aquellos tiempos comentaba:
“Sale
la juventud de las universidades con unos malos rudimentos de la lengua latina,
una mala letra y ningunos conocimientos de geografía o aritmética. La autoridad
religiosa prohibía la explicación de los mejores maestros en ciencia política y
social, entre otros Montesquieu y Beccaria. En la Universidad de Córdoba
sólo se estudiaban la lengua y literatura latinas, la filosofía que duraba sólo
tres años, la teología servida por dos cátedras de escolástica, una de moral,
otra de cánones y Escritura. Circulaban revueltas las añejas doctrinas de
Aristóteles con los comentarios de los Árabes, convirtiendo a la lógica en el
arte del Sofisma, y la física en un estudio infructuoso de accidentes y
cualidades ocultas, que nada tenían que ver con el conocimiento de los
fenómenos naturales. Sobre todo, las ciencias político-sociales y el derecho
eran especial peligrosos. Y todo esto en latín, porque siendo ésta la lengua de
la Iglesia , en
ella daba sus lecciones el profesor y rendía su tesis el graduado. La filosofía
política había analizado con una prolijidad extraordinaria los elementos del
Régimen, demostrando con claridad matemática que las sacrosantas raíces eran falsas,
los fundamentos absurdos; que el origen, naturaleza y fin del Estado eran muy
diversos de los enseñados por la política teológica de los legalistas de la
monarquía. Entre otras cosas, demostraba que el fin de todo gobierno era
alcanzar la libertad de sus súbditos, mejorando su situación moral e
intelectual, dictando leyes que consultaran sus intereses.”
“Huían (en
América) sobre todo de que se formaran abogados de entre los criollos...Es que
los abogados, además de su conocimiento en ciencias peligrosas, eran
competidores en las carreras administrativas, posibles émulos y censores del
gobierno. Había un interés inmediato y económico en evitar que se formaran
clases de dirigentes criollas, para que la fuerza natural de las cosas
conservara a los españoles el monopolio de los puestos y de las influencias en
todos los asuntos públicos.
No
obstante, las nuevas ideas cundían. A falta de universidades, los hombres se
formaban a sí mismos sin guías ni profesores. Lo prueban las buenas bibliotecas
privadas u algún hombre representativo que sobresale como Maziel, que completa
su educación a fuerza de voluntad e inteligencia. “Sin más libros extranjeros -
dice Finnes - que los pocos que podían llegar a sus manos por el comercio con
una nación española siempre a la zaga de su siglo, él supo purgarse de las
antiguas preocupaciones por la crítica, por el estudio de los Padres, por el de
la historia y por la de los libros amenos. En 1772 pedía la libertad de
enseñanza, sosteniendo que los maestros no tendrían obligación de seguir un
sistema determinado, especialmente en la Física , que se podrían apartar de Aristóteles, y
enseñar por los principios de Cartesio, o de Gasendo o de Newton o alguno de
los otros sistemáticos, o arrojando todo sistema para la explicación de los
efectos naturales, seguir sólo la luz de la experiencia por las observaciones y
experimentos en que tan útilmente trabajan las academias modernas”.
Lafinur fue
discípulo del Deán Funes y de Castro Barros. Fanático y terco este último,
enseña, según Sarmiento, el arte de divagar y no de razonar. El Deán Fúnes,
aplicaba en su cátedra los conocimientos adquiridos durante su estadía en
Europa. Se propuso enseñar materias de educación práctica y comienza por
incorporar a la
Universidad unas cátedras de geometría, álgebra, geografía,
idioma francés y música. Sus innovaciones parecieron colmar toda medida cuando
estableció una cátedra de esgrima que provocaba pendencias y desafíos.
El ambiente
puritano en que estaban sumidos los estudios no inhiben al joven Lafinur.
Temperamento sensible y romántico, huía del incienso de los claustros. Se trata
de un interesante espíritu juvenil, libre ya de prejuicios y dispuesto a alzarse
contra el fanatismo en la primera oportunidad propicia. Lo prueban sus
escapatorias sentimentales y sus sátiras juveniles. Sin embargo, las nuevas ideas llegarán a él
un poco más tarde.
Estas ideas tenían
su origen en Francia y es lo que se conoce con el nombre de La Ilustración. Esta
filosofía, de la que provienen los
ideólogos, llena la cultura francesa del siglo XVIII. No podríamos comprender
la vida de Lafinur sin referirnos a ella.
El siglo XVIII
francés adopta una actitud filosófica naturalista, para lo cual aprovecha las
ideas del Renacimiento y de la filosofía del siglo XVIII. Surge una apasionada
adhesión a la Ciencia
y a la Filosofía
como actividades humanas independizadas de la Religión. En lo
político-administrativo se desea imponer el Estado Laico. Estas opiniones se
expresan en la
Enciclopedia , dirigida por Diderot y D’Alembert. La Enciclpedia , cuya
publicación comenzó en 1750 y concluyó en 1784, fue una biblia laica. Anunciaba
un espíritu nuevo, un programa para el
porvenir. No tardan en cundir las nuevas ideas. El sentido de libertad cívica
se entrecruza con el de tolerancia; el culto de la naturaleza con el concepto
de progreso en el saber, en las costumbres y en las instituciones. El Espíritu de las Leyes de Montesquieu
enseña que la autoridad de las leyes radica en los hombres que las han creado y
Rousseau, en el Contrato Social,
señala la libertad como derecho natural del hombre.
Todo este
caudal mental pasa a los ideólogos. Su nombre deriva de idea, en el sentido de
“imagen de las cosas” Los ideólogos quieren, en lo político, echar las bases de
una república liberal. Sus más ardientes representantes se afianzan en la idea
de un Estado laico y bregan por la secularización de la vida y de la
organización política ya administrativa de Francia.
En materia
estrictamente filosófica, los Ideólogos parten de Locke y de Condillac. Todo
complejo mental queda reducido a elementos simples: ideas, según Locke,
sensaciones según Condillac. Con prédica pertinaz, los ideólogos hacen avanzar
los conocimientos y contagian al pueblo su pasión por la ciencia y la solidaridad
humana. En cuanto al Derecho, depuran
las bases de lo jurídico e independizan el Derecho civil del Derecho canónico.
La labor
intelectual de los Ideólogos no quedó encerrada en las fronteras de Francia.
Una abundancia correspondencia científico-filosófica se entrecruza entre los
pensadores liberales de todos los países de Europa y también de América.
En nuestro
país fue la Revolución
de Mayo la que recibió la filosofía francesa de los Enciclopedistas. Se puede
decir que Mariano Moreno, secretario de la Primera Junta , es quien la
oficializa. La prensa revolucionaria la divulga. Es la que inspira la Gaceta ,
los decretos de la Primera Junta ,
las discusiones de los clubs políticos, los cuchicheos de los salones.
Córdoba estaba
alejada del centro donde bullían los afanes libertarios. La noticia del
movimiento llegó el 30 de mayo por intermedio de cartas particulares y
comunicaciones de la Junta ,
así como de Cisneros a sus partidarios, a quienes aconsejaba la
resistencia. El gobernador Gutiérrez de la Concha reunió a un consejo
de once personas ente los que se hallaban Liniers, el asesor y catedrático don
Victorino Rodríguez, don Luis Lafinur, el Deán Fúnes y otros. El asunto era
grave. No habían intervenido ellos en los prolegómenos de aquella revolución y
votaron el exterminio de los revolucionarios, a excepción del Deán Fúnes, cuyo
espíritu abierto resolvió no plegarse a la resistencia. El ex Virrey Liniers
fue declarado jefe del movimiento. Desde ese instante se entregó a la
resistencia armada. Convocó para ello a jefes de Perú, Bolivia Paraguay y
Uruguay. La Junta envió entonces a
Castelli para reducirlos. Ambas fuerzas se encontraron en Cabeza de Tigre y
allí ocurrió el primer derramamiento de sangre de nuestra historia, pues fueron fusilados los jefes de la
contrarrevolución. La leyenda dice que
luego del entierro de los insurrectos se encontró en un árbol la palabra
CLAMOR, formada por las iniciales de cada uno de ellos. La ciudad de Córdoba
cayó varias semanas en un luto de
crespones y puertas cerradas por la trágica muerte de personajes queridos y
respetados por la comunidad.
Lafinur es
tierra fértil en donde prenden las nuevas ideas. Algunos biógrafos afirman que
solicitó su bedelato pues había un grave desacuerdo entre su padre, realista
recalcitrante y él, que se mostraba atraído por los nuevos vientos. Un hecho fortuito vino a señalar nuevos rumbos
a su vida ya que en el preciso momento en que es expulsado de la Universidad , Belgrano
llega a Córdoba, de paso para su misión diplomática en Europa. A los 17 años
emprende Lafinur la carrera de las armas. Se incorpora a la Academia Militar
d Tucumán, donde, según el mismo Lafinur, “se agolpaba la juventud a sorprender
a la naturaleza y sus misterios y a fecundar desde temprano el germen de la
gloria”. Dice su biógrafo Juan W. Gez que en octubre de 1816 es ya teniente
primero, figurando en la plana mayor del ejerció auxiliar del Perú con asiento
en Tucumán. Podemos imaginarlo asistiendo el 9 de julio a la declaración de la Independencia , junto
a su amigo y maestro, el general Belgrano y al baile y los festejos que
ocasionó dicha declaración. En octubre
de 1817 es ya teniente de infantería. No obstante, se resuelve que el 13 de
junio todos los oficiales pasasen a los regimientos, donde debían resignarse a
la inactividad a que obligadamente estaba condenado el ejército del Norte.
Quedaban atrás las victorias de Tucumán y Salta y los reveses de Vilcapugio,
Ayohuma y Sipe- Sipe. Comenzaba a cundir la indisciplina y el desánimo.
El espíritu inquieto de Lafinur, sin duda se impacientaba ante esta
circunstancia, y también comprendió que su destino estaba en otras luchas menos
cruentas. Es entonces que solicita su baja y la obtiene en los siguientes
términos: “Cédula de retiro. El
Director Supremo de las Provincias Unidas de Sud América: por cuanto a
solicitud del teniente del Ejército doctor Juan Crisóstomo Lafinur, he venido a
concederle su licencia y absoluta separación del ejército sin goce de fuero ni
uso del uniforme; por tanto le hace expedir la presente firmada de mi mano y
refrendada por mi Secretaría de la
Guerra en la cual se tomará razón en el Tribunal de Cuentas y
Cajas Generales.
Dada en la Fortaleza de Buenos
Aires a 14 de septiembre de 1817. Juan de Pueyrredón. Martín de Irigoyen.
Un nuevo
capítulo de su vida comenzaba. Llegaba a Buenos Aires, empapado ya de las
nuevas ideas a cuya formación había contribuido no poco su paso por las
academias inspiradas por Belgrano: Academia Náutica, Academia de Dibujo y
Academia de Matemáticas.
El general
quería que los soldados adquirieran conocimientos que los hicieran útiles a sí
mismos y al Estado. Se inició con este motivo en el país la docencia de
maestros extranjeros de mucho reconocimiento: Cerviño, Alsina, Senillosa. Uno de estos extranjeros fue Director de la Academia de Tucumán: el
francés Juan José Dauxion Lavaysse. De aquella Academia partirían también
muchos oficiales que luego serían célebres. José maría Paz es uno de ellos.
Lafinur deja
el Ejército del Norte y llega a Buenos Aires. En 1818 ya aparece en el elemento
intelectual de esta ciudad. El pintor Giudice lo hace figurar en el cuadro en
que aparece el director Juan Martín de Pueyrredón presentando, en 1818, al
general José de San Marín ante el Soberano Congreso Argentino. Figuran también
los poetas de la Revolución :
López, Fray Cayetano Rodríguez, Esteban de Luca y Juan Cruz Varela. Lafinur
pudo vincularse con ellos gracias a la amistad que desde sus tiempos
estudiantiles de Córdoba lo unía a Juan Cruz Varela.
Los tiempos
para la Argentina ,
si bien heroicos, mostraban ya algunas nubes en el horizonte. La Independencia había sido declarada en Tucumán en
1816; la victoria de Chacabuco al año siguiente. Maipú en 1818. Los grandes
triunfos de Río Bamba, Pichincha, Junín y Ayacucho. El fin de la dominación
española en América del Sud.
La segunda
etapa del Directorio, iniciada en 1815, luego del colapso del alvearismo, se caracterizó por la moderación y el respeto
al orden. En el orden internacional se
realizaban complejas tratativas para logra el reconocimiento del nuevo Estado y
a la vez se aceptaba colocar un príncipe europeo a su frente, conforme al clima
político de la Europa
restaurada. Pero un sentimiento de hartazgo por la guerra y por las cargas que
ocasionaba se generalizó en los pueblos
y fue minando el poder del
Directorio, tanto en Buenos Aires como en las provincias.
Lafinur se vinculó a la Sociedad para el apoyo
del Buen Gusto en el Teatro, creada bajo el apoyo del director Pueyrredón.
La creación de esta Sociedad traduce un
anhelo de dirigentes visionarios y de grupos ilustrados ; y obedece a la
predisposición del gobernador intendente Juan Martín de Pueyrredón. La idea se
materializa en la reunión del 28 de julio de 1817.
El 30 de agosto de
1817 se inician, pues, las actividades públicas de la Sociedad con la
representación del drama Cornelia Bororquia, que firmaba “un americano”.
La pieza resultó una verdadera piedra de
escándalo, no durante la representación, sino luego de ella y entre los que no
concurrieron al teatro. Sublevó en su contra el espíritu añejo y colonial.
El escándalo se produjo entre aquella gente
que no asiste al teatro, entre las beatas y los frailes, numerosos e
influyentes todavía, puesto que la reforma eclesiástica no tuvo lugar hasta
siete años más tarde. Una dama que asistía a aquella función, interrogada sobre
el efecto moral que le producía, dio una contestación llena de juicio y de
filosofía : “en esta noche -dijo- no puede quedarnos duda de que san
Martín ha pasado los Andes y ha triunfado de los españoles en Chile”.
Cornelia
Bororquia fue uno de los primeros motivos concretos de enfrentamiento entre
eclesiásticos y liberales, que, paralelos a los conflictos entre hispanistas y
antihispanistas, se renovarían frecuentemente ante dos formas de interpretación
y relación del espíritu de Mayo.
Las resonancias extrateatrales de Cornelia no
arredraron a los miembros de la Sociedad. Los encargados de revisar el repertorio
trabajaron intensamente.
El recinto teatral también se hermosea. Los
reposteros, cenefas y colgaduras de colores hispanos que adornaban la sala se
sustituyen por los emblemas nacionales. Según Taullard, la Sociedad del Buen Gusto
tomó intervención en todos los asuntos concernientes al teatro y llevada de su
entusiasmo obligó a aumentar el número
de luces, pues para economizar sebo, muchas veces la sala estaba casi a
oscuras. Hizo agregar varias filas de “bancos” al patio y poner respaldo a los
que no lo tenían.
Dos factores concurren para que la suerte de la Socidad quede sellada. Por
una parte, tras Henríquez, hacen causa común los descontentos; por otra, el
éxito económico de la empresa, contradictoriamente, obliga a un ritmo de
funciones que pronto acaba con el
repertorio seleccionado y, poco a poco, reaparecen los engendros antes
repudiados y las tonadillas que ahuyentaran al público, en particular a las
damas, que al apoyar a la
Sociedad con su presencia habían transformado las veladas
teatrales en rendez-vous sociales.
La celebración del triunfo de Maipú fue
motivo para que esporádicamente reverdecieran anhelos de superación. El periódico El
Censor volvía a aconsejar la aplicación política e ideológica de la
escena :
“El teatro es una escuela ingeniosa y
agradable de la moral pública y el órgano de la política... el pueblo se educa
en el teatro...En Nuestras circunstancias actuales, el teatro debe respirar
odio a la tiranía, amor a la libertad y, en fin, máximas liberales...”
Observada en conjunto, la labor de la Sociedad del Buen Gusto
deja un saldo que no puede ser pasado por alto: en primer lugar, es heraldo del
espíritu jacobino de mayo en el orden intelectual. Aspira a inculcar, con el
instrumento del teatro, la independencia mental que debe acompañar a la
política. Luego, depura en parte un repertorio, estimula la creación, cambia
costumbres atrayendo a los espectáculos a las familias. Y permite la revelación
de una actriz que, andando el tiempo, llenará una época de nuestra escena:
Trinidad Guevara.
Lafinur era músico. Se dice que interpretaba
de memoria en el piano todo Mozart y Hydn y que, cuando tocaba su concentración
era tal, que podían tocarlo sin que se diera cuenta. Tuvo ocasión de utilizar
estos dones escribiendo composiciones musicales para acompañar al actor Morante
en sus representaciones teatrales. Allí mismo se vinculó con el periodista y
autor teatral Camilo Henríquez.
Como poeta, Lafinur entregó al periodismo de
la época una abundante producción. Como periodista colaboró con Camilo
Henríquez en El Censor y en El Curioso y con Pedro Feliciano de
Cavia en El Americano. Su prédica se
levanta, siempre, en favor de la organización liberal democrática del
país.
Otro de los fenómenos culturales de aquella
época fue la aparición de los salones literarios.
Dice de ellos María Sáenz Quesada: “Cierta
alegría pública y comunicativa comenzó entonces a poner inspirada a la buena sociedad. Abriéronse entonces algunos
salones y entre ellos el de Lasala y el de la señora doña María Sánchez de
Thompson (de Mendeville, después) donde Alvear, Larrea, Monteagudo, Rodríguez
Peña, Lafinur, Fray Cayetano Rodríguez, algunos médicos y publicistas
extranjeros como Carta Molina, Gaffarot, Belmar (el padre y el hijo), Loreille,
el físico Lozier, el botanista Ciarinelli, Wilde, iniciador de los estudios
económicos el pintor Gould y otros se reunían allí animados de la más exquisita
galantería, a pasear su espíritu por las grandes novedades del tiempo y por los
azares de la causa del país. Mientras Belmar lucía su intimidad con Benjamín
Constant y trazaba los caracteres de su talento y de su doctrina ante la atención
encantada de los liberales que lo escuchaban, Lozier y Ferrati amenizaban la
culta tertulia con pruebas de física que
iniciaban en los conocimientos naturales a sus contertulianos, y que hacían del
salón de la señora Thompson una verdadera academia de progreso y de cultura.
Alvear y Larrea primaban entre todos por la rapidez, la audacia y la originalidad
de sus concepciones; y eran los galanes más favorecidos de las damas que
acudían a hacer estrado en rededor de la dueña de aquel templo un tanto profano
en que todos abrían su espíritu a las luces del siglo. Allí leía López sus
estrofas y algunas veces un niño, Juan Cruz Varela, declamaba sus loas a la
patria y a la victoria en que Júpiter hacía el primer papel entre los
protectores que nuestra causa tenía en el cielo.
En
esta animada descripción se entremezclan personalidades que en distintas etapas
se destacaron en la vida pública y cultural del país. En el legendario recibo
confluían, al modo europeo, la política, la ciencia, el arte. Como las mujeres
también participaban del diálogo, los temas más abstractos debían aligerarse,
pues de otro modo nadie escucharía al disertante. Pero por otra parte, en el
salón de los Thompson perdura la tradición morisca del estrado, aunque el resto
del escenario pertenezca al tiempo nuevo. Los objetos jugaban un papel de
importancia para dar el marco material a ese género novedoso de sociabilidad.
“La
dueña de aquel salón en cuya cabeza entraban todas las reminiscencias e
imitaciones de los salones del Directorio y del Consulado francés, prodigaba el
inmenso caudal en el delicado placer de reunir en su casa adornos exquisitos y
curiosos de la industria y del arte europeos ; porcelanas, grabados,
relojes mecánicos con fuentes de agua permanentes figuradas por una combinación
de cristales, preciosidades de sobremesa, antojos fugaces, si se quiere, pero
que eran novedades encantadoras para los que nada de eso habían visto hasta
entonces sino los productos decaídos y burdos que el monopolio colonial les
traía. Después de eso : banquetes, servicio francés, y cuanto la fantasía
de una dama rica entregada a las impresiones y a los estímulos del presente,
sin amargas ni perturbadoras visiones del porvenir, podía reunir en torno de su
belleza proverbial, con la vivacidad de uno de los espíritus más animados que
puedan poner alas al cuerpo de una mujer. Era también poetisa y prosista llena
de ingenio y de oportunidad”.
Mariquita
era más graciosa que bella, menuda, de rizos rebeldes y rostro alargado, cutis
mate, una andaluza dulcificada por los aires del Plata, que escribía con
soltura y precisión pero que versificaba sencillamente.
Mariquita
convocaba al círculo más atrevido de la Revolución : el general Carlos María de
Alvear, audaz, presuntuoso, brillante, que se creía llamado a convertirse en el
Bonaparte del Río de la Plata ;
Juan Larrea, el rico comerciante español encargado de financiar la formación de
la escuadra patriota, que la llamaba “su amiga y hermanita” ; Monteagudo,
el ultrarrevolucionario de la Sociedad Patriótica ; Nicolás Rodríguez
Peña, uno de los pioneros de la causa independiente ; fray Cayetano
Rodríguez, el docto confesor de la hija de los Sánchez de Velazco, que en
versos reservados hacía gala de una curiosa mezcla de misoginia y
antiespañolismo. Una serie de literatos, pintores y hombres de ciencia completa
el círculo social, aunque no todos los mencionados por López en esta página
concurrieran al mismo tiempo al legendario salón : Lafinur y Juan Cruz
Varela, por caso, eran en 1814 estudiantes en la Universidad de
Córdoba.”
Otro de los salones era el de Joaquina
Izquierdo, famosa por su gracia en la declamación. También Trinidad Guevara
tenía el suyo. En todos ellos brillaba Juan Crisóstomo Lafinur con su
inteligencia, su facilidad de palabra, sus dotes musicales y poéticos.
Durante el Directorio de Pueyrredón se
realizó la apertura del Colegio de la
Unión del Sud. Era una
continuación del viejo Colegio de San Carlos, fundado por Vértiz y que casi
había desaparecido a causa de las Invasiones Inglesas y la Revolución de Mayo. La
cátedra de filosofía estaba vacante y se llamó a concurso de oposición, al cual
se presentó Lafinur. La obtuvo luego de contender con prestigiosas
personalidades como Luis J. de la
Peña y Bernardo Vélez.
Ocupó la cátedra en 1819.
Fuera del salón, continuaba el trajín
político. El Congreso Argentino sanciona la primera Constitución Unitaria del
País. El federalismo argentino la rechaza y en horizonte se dibujan las
primeras nubes de la anarquía del año 20. Entre los cartelones de la anarquía,
cuenta José María Gutiérrez, alcanzaba a imponerse una invitación mural: Se
pedía al pueblo de Buenos Aires que acudiera al templo de San Ignacio, a
apreciar los adelantos realizados por el aula de la filosofía. Esta vez, el
bronce de las campanas del viejo templo anunciaba sermones laicos. Lafinur y sus discípulos llenaron sus bóvedas
con la elocuencia civil que empezaba a ganar los lugares de privilegio. A las
cuatro de la tarde del día 20 de septiembre de 1819, los alumnos don Manuel
Belgrano (sobrino de general), don Diego de Alcorta, don Lorenzo Torres y don
Ezequiel Real de Azúa debían hacer exposición pública acerca de la ciencia del hombre físico y moral y de sus
medios de sentir y conocer. El 31 de agosto de 1820, a la misma hora y en
el mismo templo, el propio Lafinur subió a la tribuna para demostrar que las ciencias no han corrompido las
costumbres, ni empeorado al hombre.
Delfina
Varela dice del episodio: "Es de comprender el estado de ánimo del viejo e
ilustrado claustro colonial al tener que soportar - en pleno templo - a este
profesor de filosofía de 22 años escasos, vestido con levita de salón literario
y con una belleza física que parecía arrancada de algún álbum romántico".
En su presentación al Concurso, Lafinur hizo una
brillante disertación sobre la historia de la filosofía. Se le concedió la
cátedra con el beneplácito de todos los que estaban abiertos a las nuevas
teorías. La enseñanza de la filosofía había conservado hasta entonces su
carácter escolástico y los nombres de Descartes o de Locke, no eran casi
mencionados por miedo a herir a los aristotélicos.
Juan María
Gutiérrez dice al respecto: "El espíritu innovador que en toda época tuvo
partidarios en Buenos Aires, penetró en el estudio escolar de la filosofía, en
el año 1819, por medio del doctor Juan Crisóstomo Lafinur (...)Tenemos a la
vista una mala copia de las lecciones que pronunció este argentino de talento y
de imaginación, y en nuestro concepto ellas señalan el tránsito del
escolasticismo rutinero a las doctrinas modernas en que Napoleón se había
iniciado.
Antes de él
los profesores de filosofía vestían sotana: él con el traje de simple
particular y de hombre de mundo, secularizó el aula primero y enseguida los
fundamentos de la enseñanza. Lafinur habló en castellano y discurrió en el
vocabulario filosófico moderno”.
Lafinur sigue
la escuela sensualista. Este término deriva de sensación. La escuela
sensualista estaba en boga en Inglaterra debido a Locke y en Francia a
Condillac. Éste es discípulo de Bacon y de Locke. Unido a pensadores como
Rousseau y Diderot su influencia fue muy grande. El sensualismo de Condillac
fue mejorado por Destutt de Tracy, que es a quien más sigue Lafinur en su curso
de ideología.
El joven
maestro se esforzó por dotar a la inteligencia argentina de una teoría del
conocimiento que partiera de otros cánones que los tradicionales y dogmáticos.
En su curso no hace la menor alusión al origen divino del hombre ni de su
inteligencia. Como Locke, Condillac, Cabanis y Destutt, Lafinur sitúa al hombre
en la naturaleza e investiga su vida y sus conocimientos como fenómenos
naturales.
Lafinur ensaya
también una escala de bienes y valores. Por encima de todos coloca a la
libertad a la que quisiera - dice - levantar un himno al primero de los bienes
de la naturaleza sensible. Es preciso señalar que le tocó desempeñarse sobre
dominios del saber no delimitados aún.
En materia
religiosa, Lafinur se inclina al deísmo racionalista. Se excluye del grupo
ateo, aunque acusado de tal deba abandonar las aulas de la patria. En todas
partes donde dicta su cátedra brega por una legislación erigida sobre la
libertad de conciencia y sobre la libertad de cultos.
De todo ello
se desprende el gran esfuerzo que debió realizar para desplegar su sistema
filosófico. Es el primer intento hecho en el país en el orden de la filosofía
moderna. Y Lafinur abrió el camino. Fue seguido por un alumnado numeroso y
vivaz.
Pero el
espíritu retrógrado no cejó y Lafinur fue ferozmente criticado. Se originó una interesante
polémica desde el púlpito, la prensa, el salón literario, los comentarios
hogareños. Los enemigos de la escuela "sensualista", dieron a este
término, con toda malicia, el significado de epicúreo, materialista y
licencioso
Uno de sus
principales oponentes fue el Padre Castañeda, un fraile franciscano conocido
como "aquél de la
Santa Furia ”. Además de sacerdote era un periodista de pluma
incisiva. Tuvo un papel decisivo en la polémica contra la actriz Trinidad
Guevara, quien fue obligada a retirarse de la escena por las diatribas que el
P. Castañeda le dirigía, por salir a ella a escena con un medallón que mostraba
la fotografía de su amante, un hombre casado. Pero el público la idolatraba y
se enfureció cuando otra actriz de menos valía ocupó su lugar, siendo abucheada
por los concurrentes.
El padre
Castañeda tenía un temperamento impulsivo, inquieto, que lo arrastraba a la
lucha y a la figuración. Lafinur le proporcionó el motivo que buscaba y comenzó
a atacarlo en periódicos, hojas sueltas, amonestaciones desde el público. Uno
de los libelos que Catañeda publicó contra él hace una burla de su apellido y
es tratado del peor modo, siendo acusado de corromper a la juventud con sus
ideas materialistas:
Lafinura del
siglo diez y nueve
es lafinura del mejor quibebe
Diga yo novedades,
aunque profiera mil barbaridades;
Que se pierda el colegio
Perdido quedará sin sacrilegio.
Dale que dale
la pura novedad es lo que vale.
El doctor
Argerich dio lugar a que Lafinur expusiera su doctrina filosófica en una
función literaria a la que acudió lo más granado de la
sociedad y que se dio en el Templo de
San Ignacio, a las 4 de la tarde del día 31 de agosto de 1820.
Por esa época
Lafinur colaboraba también en periódicos, fundando El Curioso, periódico científico, literario y económico con el
eminente sacerdote liberal Camilo Henríquez. Con el mismo colaboró también en
El Censor.
Dio también a
la prensa muchas de sus poesías, pues tenía un don innato para el verso, así
como para la música. Pero fue en ocasión de un triste acontecimiento en que se
dio a concocer como poeta a la sociedad de la época: la muerte del General don
Manuel Belgrano. En ocasión de sus honras fúnebres, cuenta el Dr. Juan María
Gutiérrez: "Un genio desconocido hasta entonces en la alta región de la
poesía, se mostró por primera vez a esa luz misteriosa que circunda los muertos
ilustres y dominó todos los ecos con su pasión, por su abundancia y por su
ternura filial. Era éste el aventajado profesor de filosofía y humanidades Juan
Crisóstomo Lafinur."
En su Oda
Fúnebre (ver) podemos captar la honda emoción que lo embargaba. Muchos años
después su descendiente, Jorge Luis Borges, la recitaría de memoria:
¿Por qué
tiembla el sepulcro y desquiciada
sus
sempiternas lozas de repente
Al pálido
brillar de las antorchas
las justas y
la tierra se conmueven?
......
"Murió
Blegrano" ¡Oh Dios! Así sucede
la tumba al
carro, el ay doliente al viva,
La pálida
azucena a los laureles!"
Lafinur es
considerado el primer poeta romántico de la época clásica. Por eso también su
inspiración se explaya en los sentimientos de un joven que acaba de descubrir
el fuego del amor. De él se cuenta que, un día en que preparaba su Curso
filosófico, llegó un mensajero a entregarle una carta y una flor de su
prometida y pidiéndole que esperara, le escribió al correr de la pluma uno de
sus mejores sonetos, el titulado A una
rosa:
Señora de la selva, augusta rosa,
Orgullo de septiembre, honor del prado;
Que no te despedace el cierzo osado
Ni marchite la helada vigorosa.
Posa tu trono; y luego el agraciado
Cabello a dorna, y el color rosado
Al ver su rostro aumenta avergonzado.
Recógeme estas lágrimas que lloro
En tu nevado seno, y si te toca
A los labios llegar de la que adoro,
También mi llanto hacia su dulce boca
Correrrá, probarálo, y dirá luego
Esta rosa esta abierta a puro fuego.
La oposición
que levantó Lafinur en torno a las ideas que impartía desde su cátedra le
impusieron la necesidad de renunciar.
Luego de abandonar sus clases se refugia en la Sociedad Secreta Valeper, desde donde siguió bregando por la transformación docente
del país y por la secularización de los estudios. Esta sociedad, una de las
muchas que surgieron por la época de la Independencia , como
la conocida Logia Lautaro, debía realizar sus sesiones privadamente y los
socios se denominaban con una clave oculta que ocultaba el verdadero nombre.
Lafinur llevaba el de Sinforiano; Manuel Belgrano, sobrino del general,
Hipolíto; Diego Alcorta es José Antonio. En estas sesiones se desarrollaban
temas literarios, filosóficos y sociales.
En 1821
Lafinur parte para Mendoza llamado por el presbítero Lorenzo Guiraldez. Allí,
en el Colegio de la
Santísima Trinidad - que reunía alumnos de San Juan Mendoza y
San Luis - enseña filosofia, literatura, música y francés. El alumnado se
agolpaba en sus clases para escuchar aquella nuevas ideas que ya habían
conmovido a los jóvenes de Buenos Aires. Fundó allí la Sociedad Lancasteriana ,
un sistema de enseñanza que consiste en emplear un solo maestro para dirigir
una escuela, por numerosos que sean los alumnos. Siguiendo a Juan W. Gez, el
director se vale de ayudantes o monitores elegidos entre los más aventajados
discípulos, los prepara en horas especiales y les confía un grupo de niños para
que a su vez los instruyan". Fue
fundada por el cuáquero Lancaster en Inglaterra alrededor de 1797. En dicha
sociedad actuaron el sabio doctor Guillez, el doctor Tomás Godoy Cruz, doctor
Lorenzo Guiraldes, el poeta Juan Gualberto Godoy y otras personas distinguidas.
También llegó
a Mendoza Morante, el célebre actor compañero de Lafinur en tantas funciones de
la Sociedad
del Buen Gusto. Se dieron una serie de representaciones para aficionados. Con el concurso de Morante pusieron en escena
el "Abate de l' Epée", en el cual Lafinur desplegó sus talentos
histriónicos. Fue recibido por una ovación. Enseguida los colegiales cantaron
un himno patriótico, de letra y música suya y en los intermedios Juan
Crisóstomo cantaría acompañándose del piano.
Pero todos
estos éxitos despertaron la envidia de los "pelucones" y los ataques
contra la actuación de Lafinur llegaron desde las páginas del diario mendocino:
Amigo del país. Lafinur respondió con
otro periódico fundado por él y Guiraldes: El
verdadero amigo del país. La
polémica fue larga y enconada. En el diario oficial se decía: "Detestad
fieles a esos hombres que os enseñan que la autoridad del soberano no viene de
Dios, que ellos no son sus representantes en la tierra...; guardaos de creerles
esa moral corrompida; ellos son unos ateístas, francmasones y jansenistas, que
todo es una misma cosa".
La persecución
llegó a que las autoridades revisaran los cuadernos de apuntes de los
alumnos.
Lafinur no
tuvo más remedio que tomar el camino del exilio y cruzó la cordillera rumbo a
Chile. Se estableció en este país a fines de 1822. En Santiago se encontraba su
antiguo camarada Camilo Henríquez y otro compatriota, el doctor Vera Ocampo.
Su prestigio y
simpatía le abrieron pronto las puertas de aquella sociedad y se vinculó
también a los elementos intelectuales más representativos. Colaboró con los
principales periódicos y entró a estudiar Derecho en la Universidad de San
Felipe, en donde se graduó en 1823. Poco después se lo encuentra trabajando
como abogado asociado con Vera Ocampo. Como poeta y pensador, colaboró en los
periódicos: El Mercurio, El Liberal, El Tizón Republicano, El
Observador chileno, El despertador
Araucano, etc.
Conoce a
Eulogia Nieto, de la Sociedad
de Santiago de Chile, con quien se casa en 1823. Su nombre - dice Gez - era ya popular y
gozaba de prestigio en todas las clases sociales. En las vacaciones de 1824, su
esposa había ido a pasar una temporada de campo a una finca al sur de Maipo,
cerca de Santiago. Lafinur se dirigía a visitarla y al vadear el río el caballo
que montaba lo arrojó sobre unas piedras del camino. A consecuencia del golpe
su hígado quedó lesionado. Luego de días de intenso sufrimiento, falleció el 13
de agosto de 1824, a
los 27 años de edad.
Su
inconsolable viuda lo sobrevivió hasta 1894, sesenta años después, cuando ya
contaba con 90 años de edad. Guardó su recuerdo como una reliquia. Alguien la
escuchó decir al fin de su vida: "Hace tantos años que murió mi esposo.
Solemnizo en mi corazón el cincuentenario de nuestro matrimonio, porque yo no
soy su viuda, soy su alma que se ha retardado un poco sobre la tierra."
Se ha hablado
del ateísmo de Lafinur. Pero éste no era tal. Fue un sincero creyente pero no
combatía la religión sino el fanatismo, la intolerancia, la rutina, la
ignorancia. En su Curso filosófico habla de Dios como fuente de toda verdad y
justicia y afirma creer en la inmortalidad del alma y en la divinidad de Cristo.
Pero, para
citar nuevamente a Juan W. Gez, no se ocupó de religión sino de enseñar la
verdad por los métodos más racionales y de propiciar el triunfo
democrático-liberal de Mayo. Su poema El
fanatismo lo retata de cuerpo
entero:
¿Cuál es ese monstruo fiero
que ha devastado la tierra,
declarando al justo guerra,
y ensalzando al embustero?
¿Quién al que al hombre sincero
Le calumnia de ateísmo?
El fanatismo.
¿Cuál es la causa fatal
de la falta de instrucción,
de haber tanto motilón
y de propagarse el mal?
¿Quién el de que un animal
nos elogie el servilismo?
El fanatismo.
¿Cuál el que a los tiranos
protege en sus agresiones,
y fomenta disensiones
entre amigos y entre hermanos?
¿Quién el que a los ciudadanos
les extingue el patriotismo?
el fanatismo.
¿Cuál ha sido el instrumento
para oprimir al virtuoso
y para que el poderoso
le cause al débil tormento?
¿Quién formó tanto convento,
escuela de barbarismo?
El fanatismo.
¿Cuál hace que las
esposas
abandonen a sus hijuelos,
y los dejen por los suelos
por ser devotas ociosas?
¿quién patrañas horrorosas
forjó para el terrorismo?
El fanatismo.
¿Cuál tiene el país desierto,
destruye la agricultura,
hace triunfar la impostura,
y negar aún lo más cierto?
¿Quién a tanto brazo muerto
da vida y al egoísmo?
El fanatismo.
¿Cuál es el que a los chilenos
sus glorias quiere eclipsar,
y pretende fascinar
para arruinar a los buenos?
¿Quién amortigua en sus senos
el odio al cruel despotismo?
El fanatismo.
Y ¿quién a ese fanatismo
Le da tal preponderancia?
la malicia de los unos,
de los otros la ignorancia.