jueves, 28 de enero de 2010

Nostalgia- Enrique Menoyo

Tienes nostalgia de aquel pueblo
calcado por los ojos, por la infancia.
De sus calles, de sus veredas con naranjos,
de su plaza secreta, enamorada.
Nostalgia de sus días y de sus noches,
jubilosos de sol, altas de estrellas.
Y no puedes volver. Arduo es el tiempo
que intercala
su adiós y su ceniza.

Definiciones- Editorial Alarcón

El vapor de los trenes- Hamlet Lima Quintana




Recuerdo que los trenes pasaban a la noche
y la máquina pitaba tres veces como anuncio
de su pasaje por la estación, y como una nebulosa,
pitaban a lo lejos después, no sé en qué despedida.
Siempre los trenes a vapor impresionaban
cuando pasaban a la noche como duendes,
como fantasmas porque uno no los veía,
tan sólo los escuchaba imaginando viajes,
pasajero del humo que se deshilachaba luego
y entonces uno se bajaba y se subía al humo nuevo.
Si me preguntan a qué lugar se han ido a descansar
los trenes que por la noche jadeaban su vapor,
les diría que están vivos, nocturnamente vivos,
y recorren las vías que están adentro mío
pitando y anunciando su llegada,
nunca su despedida como lo hacían afuera
porque yo también estoy vivo y llevo pasajeros
por las infinitas vías de mis pensamientos.
Antología de la poesía latinoamericana- Paulina Movsichoff

Agosto de 1945- Jorge Teillier




El día en que Hiroshima y Nagasaki ardían
yo veía feliz a medio mundo,
porque los Aliados habían vencido
y al fin se terminaba la guerra,
y terminarían todas las guerras.
Yo pensaba en la Bomba como en un gran fuego de artificio
En la plaza el Año Nuevo,
y mientras aceras de asfalto derretido
arrastraban a miles de seres,
yo miraba jugar al escondite a las niñas vecinas
y esperaba que me llamaran a sentarme a la mesa.

Los girasoles relucían y caracoles despreocupados trazaban
sus senderos pateados en el jardín,
mientras en la tierra del sol naciente
monstruosas plantas retorcidas crecían
y nacían larvas sin nombre.
Aquí hermosas muchachas peinaban largas trenzas,
mientras allá millares de mujeres quedaban sin cabello.
Caía el telón sobre otro día
y yo miraba ávidamente al mundo
cerrado para siempre a los ojos de tantos niños.
Aún no se usaba la palabra radioactividad.
Y yo a los diez años sabía que todo estaba bien:
era el fin de las guerras y triunfaban los buenos.
Todo el mundo estaba feliz y se preparaba el desfile de la Victoria,
cuando al otro lado de nuestro otoño
Hiroshima y Nagasaki ardían.


JORGE TEILLIER. Nació en Lautaro, Chile en 1935. Su obra poética comprende: Para ángeles y gorriones, El árbol de la memoria, Poemas del país de nunca jamás, Los trenes de la noche.

jueves, 21 de enero de 2010

Cuando iba a la escuela- Francisco Amighetti



Cuando iba a la escuela
me aprendí de memoria las casas del suburbio
con su ropa tendida de colores
y, probablemente fueron mis primeros dibujos
las casas con sus caras sucias,
el sombrero de su tejado y el humo.
Ese paisaje de infancia me sigue
Y morirá en mis ojos conmigo,
Con sus lluvias rezando,
Con sus tapias derrumbándose,
Con su acequia llorando.
Yo tuve compañeros de escuela
Que hacían sus tareas en la cocina
Con sus madres lavanderas,
Y alguna hermana que había seguido
“el mal camino”
Yo miraba sin astronomía las estrellas,
era de la generación que oyó cuentos de aparecidos
antes de que los psicólogos se encargaran
de la educación de los niños.
Los ponientes, nunca a tuvieron tanto oro
como detrás de aquellas casas
donde descubrí la estética de la geometría,
y donde los papalotes de los niños pobres
eran los únicos habitantes del cielo
antes de los aviones.

Y por eso todos los niños de aquel barrio
eran poetas,
porque las únicas estrellas al alcance de su mano, eran las luciérnagas,
y colgaban en el viento aquellos seres
de varilla y papel
que se alimentan de cielo
como las banderas.


FRANCISCO AMIGHETTI. Costa Rica, 1907-1998- Obra publicada: “Poesía”, “De mí mismo”, “Francisco en Harlem”, “Ars moriendo”, “Poemas de amor”, entre otros.

jueves, 14 de enero de 2010

Me gusta Jujuy cuando llueve- Tomás Lipán






Esta bella zamba fue la causante de mi expulsión de la red Factor Serpiente.

martes, 12 de enero de 2010

Julio Cortázar y el analfabetismo en Latinoamérica- Carlos Liendro

.

En "Sobre la función del intelectual", Julio Cortázar, escribía:"Porque además no se debe olvidar que aparte de las barreras de la opresión existe en América Latina otra barrera aún más temible y desesperante: la imposibilidad en que se encuentran enormes masas populares de acceder a los productos culturales que podrían ayudarlas a pensar por sí mismas, a elevarse en su conciencia política, a ir descubriendo las raíces más auténticas de su identidad nacional y latinoamericana. Me refiero, naturalmente, al enorme porcentaje de analfabetismo que sigue dándose en la gran mayoría de nuestros países."
El había sido maestro en Bolívar y Chivilcoy (provincia de Buenos Aires) y profesor de literatura inglesa en la Universidad de Cuyo (Mendoza). Había nacido en Bruselas en 1914, cuando su padre era diplomático en Bélgica. A los cinco años viene a Argentina y vive en Banfield, al sur de la capital. En 1951 obtiene una beca y se va a Francia, trabajará como traductor de la UNESCO. Cinco años antes, Jorge Luis Borges, en la revista Los anales de Buenos Aires, le publica su primer cuento. "Casa Tomada".
Ese primer cuento, que aparecerá en ‘Bestiario’, ha sido interpretado como el reflejo del momento político que le tocaba vivir. La calidad de sus cuentos y sus ficciones tienen un alto nivel de simbolismos. Donde lo cotidiano pasa a una brusca dualidad. Es como una realidad escindida: lo extraño, lo siniestro, se presenta en algo inesperado y posible. Casa Tomada, cuenta la apacible vida rutinaria que llevan dos hermanos de una clase social media alta (Cortázar detalla los usos y costumbres de este sector; su porcelana, sus revistas, su forma de tomar el té, su mirada a Europa) y que de repente (lo imprevisible) se sienten invadidos por una fuerza extraña, que les va ocupando por partes su casa. El cuento ya es un clásico en la literatura de ficción, pero las interpretaciones posteriores relacionan, el ascenso de las masas populares a través del primer peronismo (1945-1955) como esa ‘fuerza extraña’ que invadía a la oligarquía de Buenos Aires en su moral y su tranquilidad.
Su compromiso político comenzará en los 60, después de la Revolución cubana; posiblemente como al Sartre de la post-guerra cuando descubrió al marxismo..Comparo estos dos intelectuales, en el proceso de cambio que tuvieron, ya que Jean Paul Sartre, estuvo en 1934 estudiando la filosofía de Husserl y de Heidegger,(sobre fenomenología y existencialismo) en Alemania, pero en ese período nunca mencionó en su literatura o filosofía lo que hacían los SA (tropas de asalto nazis) que ya perseguían a los judíos, comunistas, socialistas y a todos los que se opusieran al ascenso total de Hitler al poder.
Julio Cortázar conoció Cuba en 1962, invitado por la Casa de las Américas (estuvo junto a Fidel Castro y el Che Guevara), y su concepción política tuvo un cambio profundo en su compromiso como intelectual, en todo lo que iba a suceder en Latinoamérica. Sartre había estado en Cuba en 1960, escribió sobre su experiencia en la isla: Huracán sobre el azúcar. Cortázar junto a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, fueron el boom literario de los 60, a través de la distribución de Carlos Barral, los conoció todo el mundo. Latinoamérica comenzaba una serie de criminales dictaduras militares (la primera es en Brasil), dentro del plan seguridad, con préstamos para la compra de armas, la formación de militares en métodos que hoy se siguen aplicando en el continente.
Es el período del exilio, pero también de su mayor producción. Aparecen no solo cuentos, también sus grandes novelas como: Rayuela; 62, modelo para armar; Libro de Manuel, etc. El inicio de la década del 70, lo encuentra con Salvador Allende en Chile. En sus escritos para distintos periódicos lucha contra la dictadura (1976- 1983) en Argentina, hoy están recopilados en libros como ARGENTINA: AÑOS DE ALAMBRADAS CULTURALES. Allí aparecen artículos como: Nuevo elogio de la locura, América latina: exilio y literatura, Las estrategias del miedo, Literatura e identidad, Qué poco revolucionario suele ser el lenguaje de los revolucionarios!
Sobre la función del intelectual, Una maquinación diabólica: las desapariciones forzadas. Toda esa literatura estaba censurada en nuestro país, y pocos sabían todo lo que hizo Julio Cortázar, por los exiliados Latinoamericanos que estaban en Francia, por los Derechos Humanos y contra la Guerra de las Malvinas, que utilizaban los militares demagógicamente como una bocanada nacionalista para seguir oprimiendo al pueblo.
Con la revolución nicaragüense, también asume el compromiso. Sus artículos están reunidos en NICARAGUA TAN VIOLENTAMENTE DULCE, allí denuncia la intervención de la CIA y del gobierno de Reagan, en la ayuda económica y en armas a la "Contra". Hoy todo esto está firmemente documentado de cómo no solo el congreso norteamericano votaba una ayuda de 25 millones de dólares para que realizarán sabotajes y matanzas a maestros, médicos, y destruyeran instalaciones, y sembradíos en Nicaragua, sino de cómo se le informaba a la población estadounidense, sobre la idea de lo peligroso que era el gobierno sandinista y una invasión que realizarían a EEUU.
Veinte años después, es necesario seguir analizando el aparato de propaganda que son los medios de comunicación. Alcanza con pensar en la CNN y la guerra de Irak (tanto la primera como la segunda, bajo el gobierno de los Bush). Cortázar veía esto en nuestro continente .Ya no le preocupaba él como escritor (un escritor puede escribir buenos libros, tener prestigio, etc.), lo que le preocupaba es quienes leerían. Quienes se benefician con la ignorancia. En Latinoamérica han aumentado las cifras de analfabetismo y se han incrementado las de semianalfabetismo. Las poblaciones rurales e indígenas siguen aún más excluidas socialmente. "La conquista del poder es una cosa, pero de nada sirve si no se ve inmediatamente acompañada por la conquista de una conciencia cultural y política en los niveles populares." Escribía en un artículo ya citado.
Cuando visitó por última vez nuestro país, en la primavera democrática de 1983, el gobierno radical no lo recibió, serían los mismos que luego aprobarían leyes del perdón y Obediencia debida, que dejaría a miles de torturadores y de crímenes contra la humanidad impunes. En el teatro Margarita Xirgú, algunos escritores exiliados que habían vuelto, Las Madres de Plaza de Mayo, defensores de Derechos Humanos, le rindieron un homenaje, a alguien que venía a despedirse. Sabía que su leucemia no le daría mucho tiempo. En 1984 falleció.
En un discurso pronunciado unos años antes leyó (...) "Puede llegar el día en el que uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros, no deje ver ya la diferencia esencial de sentidos que hay en términos tales como individuo, como justicia social, como Derechos Humanos, si bien sean vistos por nosotros ó por cualquier demagogo del imperialismo ó del fascismo. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar y si esa máquina es su inteligencia y su conciencia con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan; solo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y nuestra acción, porque la historia es al hombre y se hace a su imagen y a su palabra."
(Texto tomado de: Rebelión).



En http:gacetaliterariavirtual.blogspot.com

domingo, 10 de enero de 2010

Lila Downs- La Sandunga

Marcos Molina- El pajarillo

Manuel Belgrano y Juan Crisóstomo Lafinur






Estoy cansado. La hora ha sonado de dejar este teatro que llamamos mundo. Mi vida se ha consumido como esa vela junto a la cual luchaba aquella noche por acabar el poema a mi admirado y bienamado amigo Manuel Belgrano. Debía leerlo al día siguiente, en las Honras que a su memoria se realizarían en la Catedral. Un año hacía que Manuel había partido. Un año en que no dejamos de llorarlo y de lamentar que, el día de su muerte, la aflicción y los alarmantes sucesos nos sumieron en tal estupor que no nos acordamos de escribir en el periódico un mísero recordatorio. Nuestro vilipendiado padre Castañeda fue la excepción en su Despertador Teofilantrópico. Pero ello no nos salvaba de nuestra negligencia. Había entonces que repararla. Sin embargo, la musa no siempre acude a nuestros llamados y es lo que sucedía precisamente conmigo pocas horas antes de leer mi Canto Elegíaco. Ya la vela se terminaba y yo aún no podía dar con las palabras. Las que expresaran el dolor en su justa medida. Pero, como decía Horacio: ¿”Qué moderación o qué recato puede darse en la añoranza de un ser tan querido?” Y, como el poeta, yo también pedí: “¡Enséñame fúnebres cantos, Melpómene!” Ahora me doy cuenta de qué manera aquello que escribía en las honduras de la noche, se aplica a las de ésta que hoy se ha abatido sobre mí. Mis ojos se cerraban, la cabeza caía sobre el papel. No sé quién me dictaba aquellos versos que mi mano, lenta, escribía:

Murió Belgrano. ¡Oh, Dios! así sucede
La tumba al carro, el ay doliente al viva,
La pálida azucena a los laureles!

Aquella mañana el mundo se detuvo. Al rayar el alba sonó el primer cañonazo y se repitió, durante cada cuarto de hora, hasta ponerse el sol. El gentío inundada las calles pues nadie quiso perderse las ceremonias, aquellas Honras correspondientes a un Capitán General en campaña. La masa enorme del pueblo se arremolinaba, fluctuaba como un océano. Además de las calles, obstruidas por el pueblo, los balcones y las azoteas no tenían un resquicio libre, desbordándose por sus balaustradas mujeres con las manos abarcando las flores que arrojarían al carro fúnebre, que pasó sobriamente adornado con penachos y cortinados de luto. Iba tirado por seis caballos oscuros, cada uno de ellos llevado de la brida por un moreno, vestido elegantemente de negro. Estaban presentes las cruces de todas las parroquias y comunidades religiosas. Un sol tibio nos calentaba apenas mientras los amigos más íntimos de Manuel caminábamos con dificultad, abriéndonos paso entre los hombres y mujeres, muchos de hinojos en plena calle, las negras enjugándose los ojos con grandes pañuelos de todos los colores. Nuestra columna tardó una hora y cuarenta y cinco minutos en llegar al templo. Al frente del cortejo iba el Gobernador, seguido por todo el cuerpo de oficiales del ejército, de riguroso luto militar. Lo seguían los agentes de Chile, Estados Unidos y Portugal. A nuestro lado desfilaban también los jefes de oficina y empleados públicos. Todos con caras compungidas y el semblante serio de los que saben que algunas cosas se viven una sola vez. Se formaron el estado mayor a caballo – el regimiento primero de línea, el de cazadores, la legión patricia, la legión del orden, una compañía de húsares- y la artillería montada con cuatro piezas que, al entrar el cuerpo en el templo hizo oír sus disparos. Como estaban prohibidas las representaciones teatrales, esa noche no se pondría en escena mi Clarisa y Betsy. Llevaba en mi bolsillo, cuidadosamente doblado, el recorte del artículo que días atrás había salido en EL Argos con motivo del estreno. Puedo recitarlo textualmente aún hoy, a tres años de aquel sucedido que aceleró mi corazón con latidos de gozo: Clarisa y Betsy es una de las mejores piezas de las que se llaman melodramas: de aquellas que tienen bastante música y suficiente acción muda por demostrar que son comedias: e igualmente diálogos por convencer que no son pantomimas — una especie bastarda engendrada en los teatros menores de París: pero que tanto allí como en todas partes reprueba el buen gusto. Es que yo también, como Rousseau con su Pygmalion, quise ponerme a prueba en ese género en el cual las palabras y la música, en lugar de marchar juntas, se hacen entender sucesivamente y en donde la palabra hablada es de alguna manera anunciada y preparada por la frase musical. Esa “ópera sin cantores”, como la llamara mi adorado Mozart. Con Morante formábamos una dupla perfecta, tal era la armonía con que su texto se entrelazaba a mi música, escrita en aquellas febriles noches que precedieron al estreno.

— ¿Qué opinas? — pregunté, volviéndome hacia Juan Cruz, unos pasos atrás.
— Que el pobre Manuel era un lujo para esta república de pacotilla y ubicada en el extremo del mundo. Esto no servirá para que las cosas sean como él hubiera querido. Debimos interrumpir el diálogo pues ya el gentío se metía entre nosotros, separándonos.
Las piernas me temblaban mientras subía al púlpito. Me preguntaba si estaría a la altura de tan augusto homenajeado. Mi mirada abarcó los vestidos y mantillas enlutados, los botones dorados de las casacas, las pecheras de encaje, las manos recubiertas de anillos. Y seguí con la vista baja y vi las caras, las de ellas, las mujeres, caras limpias y caras frescas, caras pintarrajeadas y cara secas, y vi sus cabezas grises, cabezas negras y cabezas rubias, todo eso vi antes de decidirme a comenzar. Traté de que mi voz no se quebrara cuando, en aquel silencio expectante de llanto contenido, en aquella mezcla de desesperanza y de vindicación, comencé a leer las estrofas que terminara pocas horas antes:

¿Adónde alzaste fugitivo el vuelo
Robándote al mortal infortunado,
Virtud, hija del cielo?


Mi corazón aceleraba su latido asustado y mis palabras retumbaron como retumba el eco. Como al caer una piedra en el agua, sus ondas se fueron ensanchando cada vez más, hasta cubrir todo el ámbito. Sentí cómo la escena que imaginara la víspera se ajustaba a lo que allí estaba sucediendo. Lo escribí días después para El Argos, en la Oda a la Oración Fúnebre pronunciada por Valentín Gómez:

Era la hora: el coro majestuoso
Dio a la endecha una tregua; y el silencio
Antiguo amigo de la tumba triste
Sucedió a la armonía amarga y dulce...


De pronto comprendíamos que personas como Manuel se dan una o dos veces en la historia. Y yo fui privilegiado con su amistad, con su trato bondadoso y llano. Realmente amé a ese hombre, de este lado de la idolatría.

Por la tarde se realizó el banquete fúnebre en casa de Sarratea. Cuando, luego de Rivadavia y los invitados de mayor rango, me llegó el turno de derramar la copa sobre las flores del festín, recordé que los antiguos tenían la idea del río de Leteo, el río del olvido. Aquélla de que después de la muerte bebemos y olvidamos. Pero yo, que estaba vivo, no deseé olvidarlo, sino todo lo contrario. Quería que su recuerdo quedara encendido en mí para siempre. Sin embargo, el tiempo es nuestro enemigo y pelea por robarnos hasta las lágrimas que vertemos por los que amamos. Es lo que traté de expresar en esos versos que leía ante un público expectante:

Pero el tiempo...¡cruel! y ¡cuál se engaña
El hombre en su consuelo! ¡Vuela el tiempo!


Así ha volado el mío, el de mi breve vida. Ahora que estoy a punto de atravesar las aguas del Aqueronte, vuelvo a ti, querido Manuel, te pido que me tomes de tu mano para llegar a esas mismas praderas en donde seguramente descansas. También a él se lo pido, al anciano que dice ser mi descendiente. Alcanzo a distinguirlo, sentado en el extremo de esta cama de agonías. Me habla, pero ya apenas puedo escucharlo. Y, mientras alguien me arrastra lejos, muy lejos, le digo, indiferente al destino que puedan tener mis palabras: El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata pero yo soy el río; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente es real pero yo soy Lafinur.

Cucurrucucú Paloma- Caetano Veloso

jueves, 7 de enero de 2010

Lafinur y Borges- Paulina Movsichoff







Escucho el gong del reloj que marca las dos de la madrugada. Yo velo en esta penumbra interrumpida apenas por un ladrido lejano, por el rodar de un coche en la acera. Eulogia seguramente duerme en la habitación vecina. No resultó fácil convencerla de que así era mejor. La he notado muy desmejorada. Casi no cierra los ojos, temerosa de que mi pecho deje de respirar. “Me ayudarás más si estás descansada durante el día”, le he dicho. La pobrecita debe multiplicarse para atenderme, recibir las explicaciones del médico, estar pendiente también de que las visitas no se queden más de lo permitido. Y en eso es inflexible. No quiere que malgaste mis menguadas fuerzas. De todos modos sé que todo es en vano y que estoy en el umbral, que muy pronto seré uno más en esa dimensión donde el pasado, el presente y el futuro se entreveran y ya no se puede distinguir cuál es cuál. Prueba de ello es la visita que recibo cada noche cuando todo está en calma. Él llega, se sienta a los pies de mi cama y me conversa. Confieso que al principio me agitaba cuando me quedaba solo. Pensaba que era un delirio de mi enfermedad. Pero no. Ahora he aprendido a aceptar aquello que para los sentidos resulta inaceptable. Estoy viviendo lo que con tanto afán enseñaba en mi curso: Hay un tiempo todas las noches en el cual creo ver lo que no veo, tocar lo que no toco. A este tiempo le llamo sueño; e ilusiones a las percepciones probadas en él. – ¿Y quién me ha asegurado que yo duermo siempre? Si el sueño en cierto grado puede causar ilusión que la vigilia hace descubrir, quien me ha asegurado que la vigilia misma no es otra especie de sueño, del cual me desengañara otro estado diferente que pruebe? ¿ Y acaso la poesía no es un territorio de fantasmas, un apostadero de seres que salen de nuestros delirios nocturnos? ¿De dónde surgen ellos? ¿No son acaso sensaciones del alma? La nocturnidad es peligrosa. Recuerdo aquellos versos de François Villon: "Mis días rápido se han ido... De alguna tela los hilos cuando el tejedor tiene en su puño ardiente paja. Mis mayores tristezas han pasado, / ya no me acaloro más por ellas” dice también. Igual me sucede a mí, que estoy todas las madrugadas con el corazón alborotado esperando la visita.
Qué dirías Eulogia si supieras que, cuando me crees por fin dormido, me desplazo por los medanales del tiempo para encontrarme con este viejo que tiene los ojos sin luz y que dice ser mi descendiente. Sus manos sarmentosas se apaciguan en la empuñadura de un bastón. A pesar de su ceguera, tiene un rostro plácido y hasta casi podría aventurar que con un dejo de picardía. Le digo que ya nos habíamos encontrado. El anciano aquel que mascullaba versos cuando, tomados del brazo, yo lo encaminaba a su casa. O aquel otro con quien tropezaba a veces en mis correrías por Buenos Aires. Se detiene a menudo en hablar de esa ciudad. La juzga, afirma, tan eterna como el aire y el agua.
“No sé si a usted le sucedió, Lafinur”, me dice. “Pero yo nunca me abandoné a sus calles sin recibir inesperado consuelo”. Le contesto que a mí me pasó lo mismo, pero eso comenzó a sucederme en el preciso momento en que debí dejarla. Y, al igual que Rousseau, yo también tenía planeado escribir mis Rêveries du promeneur solitaire cuando, como él, me vi apartado de todos y me libré a la dulzura de conversar con mi alma, lo único que el fanatismo y las envidias humanas no pueden quitarnos.
Me habla el viejo ciego de las guitarras que escuchaba al fondo de un patio en sus vagabundeos y me arrepiento entonces de la pelea que tuvimos con Juan Cruz. Fue allá, en el Monserrat, cuando escribí unas coplas denigrando ese instrumento. Pero qué importancia tienen aquellos juegos de niños. Muchas cosas se presentaban confusas a nuestro entendimiento, tenían esa ambigüedad de los objetos al amanecer. Renegábamos de cualquier aspecto de la realidad que nos hiciera acordar al dominio hispánico. Pero no todo era malo. Y aquellas cosas formaban parte de nuestra idiosincracia. Fue placentero escuchar su voz, no cascada como la de un viejo sino joven y alegre como me imagino la tuvo en su mocedad. Entonó unas estrofas que me quedaron en la memoria como si las supiera desde siempre:

Mi Buenos Aires querido
cuando yo te vuelva a ver
no habrá más penas ni olvido.


Una honda nostalgia se apoderó de mí, igual a la que me quedaba luego de escuchar a Crisanto Luna, allá en el Norte. O a la que, desde antes de que mi visitante nocturno me las cantara, me despiertan las que Juan Gualberto entona en su guitarra.
Todo esto me tiene muy excitado y por momentos me he sentido tentado de escribirle a Carmen. Pero luego desistí, pensando que creerá que la enfermedad afectó también mis facultades mentales. Porque además de hablarme de filosofía, el visitante me cuenta cosas por demás extrañas. Me dice que Carmencita se casará con un militar y que tendrán un hijo. Ese hijo será el abuelo de él, de Borges, como me ha dicho que se llama.
“Usted ha estado en la guerra, Lafinur y seguramente conoce el miedo a la muerte. Pues mi abuelo avanzó sereno hacia ella. Esto fue luego de la orden de su jefe de ordenar el retiro. Mi abuelo le expresó su desacuerdo pero el general se mantuvo firme. Fue entonces que, con la mirada empañada por una profunda expresión de pena y de tristeza, decidió no obedecer. Con dos o tres ayudantes penetró allí donde el fuego era más violento y nutrido. Iba tranquilamente montado en su alazán, envuelto en su poncho blanco, con los brazos cruzados y la fisonomía iluminada por una expresión de melancólica bravura. Algunos pasos más y cayó para ya no levantarse, con dos terribles heridas, ambas mortales”.
Lo pedí que no continuara. Profunda pena me dio esta desgracia que ocurrirá a mi adorada Carmen. Esa niña de piel de magnolia y ojos alumbradores, que con sus catorce años fue mi consuelo en los días previos a mi partida, cuando sentía el odio y la saña de lo que se gozaban en calumniarme. ¿Es un sino trágico el que persigue entonces a los de mi sangre? Me pregunto si ese terrible suceso no será una expiación por aquel otro nefando crimen del que mi padre participó. Si no estaremos todos envueltos en una maldición divina por llevar la sangre de uno de quienes segaron la vida de Tupac Amaru.
Escucho que Eulogia se acerca y entra a mi cuarto, la palmatoria en la mano. Finjo que duermo, pero la siento ahí, parada junto a mi cama, contemplándome muda y absorta, preguntándose tal vez si su amor podrá arrancarme de las garras de patas corvas. Querida, querida mía. Teníamos el tiempo como verde pradera extendida ante nosotros. Pero ya lo ves, nuestra esperanza ha sido vana. El frío invade ya mis miembros y veo este mundo como una débil lucecita que voy dejando, definitivamente, atrás.

Juan Crisóstomo Lafinur- La sensualidad de la filosofía- Ediciones Fundación Victoria Ocampoa

martes, 5 de enero de 2010

Julita- Paulina Movsichoff





En la foto, Julia Elena Zavala Rodríguez




A la memoria de mi prima Julia Elena Zavala Rodriguez, desaparecida en noviembre de 1978. Continúa viva en mi memoria





1


Tomaste entre tus manos el silencio
y lo plegaste
para guardarlo en los estantes del corazón
Te azoraba aquella manera tan nueva
de empollar lo invisible
hasta romper la cáscara del tiempo
Ese virar hacia lo oscuro
Como si ya nada del verano
pudiera retenerte



2


Hacías bijouterie
para dejar tu nombre
en la confidencia de los engarces
Pero siempre se te soltaba
y luego corrías por la noche tratando de atraparlo
en los aleteos de la esperanza



3


Te dieron de comer la muerte
Secaron tus lágrimas
voltio a voltio
Mientras tanto
hacías las paces con tu nacimiento


4


A tu hija le dejaste
una ramita de lavanda
y tu costumbre de llevarte la mano a la frente
para arreglarte el pelo
Una lectura inacabada
La suavidad de su blusa
que tus manos acababan de planchar

5

No era fácil
Sin embargo
mientras te hundías
te llegaba el olor de aquel jazmín

6

En el invierno
tu risa arde como una brasa
que no terminan de apagar









Confesiones del relámpago